Con la llegada del otoño, el olor a castañas vuelve a las ciudades españolas y, aunque su consumo se asocia mucho con las bajas temperaturas, cada año que pasa parecen adelantarse más a la llegada del frío. Cuenta la joven Estrella Camarero, que vende castañas junto a su pareja en el puesto con forma de locomotora de tren de la empresa O AVE Castañero, ubicado en la céntrica plaza de Lugo de A Coruña, que el cambio climático también se nota en sus cifras de ventas.
«De momento, como aún no vino el frío, estuvo la cosa regular, aunque no nos podemos quejar», comenta Camarero, que heredó la empresa de sus padres y que repite ubicación para su puesto desde hace una década.
No es la tardanza del frío el único problema sobrevenido al que deben hacer frente quienes venden castañas en la vía pública. El incremento de los precios también ha hecho mella y es que, además de las propias castañas, han subido otros bienes necesarios para el desarrollo de su actividad.
«Mantuvimos los precios. Bajamos un poquito la cantidad, pero poca cosa. La gente ni lo nota», explica la castañera Estrella Camarero
«Claro que se notó la subida y no sólo en las castañas. También han subido el gasoil, el carbón… Todo influye», apunta la castañera al tiempo que despacha a una señora un paquete de deliciosas castañas recién hechas.
Aunque los precios de los paquetes, tres diferentes en función del tamaño, se han mantenido invariables, no ha ocurrido lo mismo con el número de castañas que contiene cada uno de ellos. Una forma de ahorro que, aunque efectiva, pasa más desapercibida y causa menos impacto en el cliente.
«Mantuvimos los precios. Bajamos un poquito la cantidad, pero poca cosa. La gente ni lo nota», explica Camarero, que añade que nunca ha agotado las castañas porque, como ella misma expone, «más o menos, sabemos lo que vendemos y sabemos lo que traemos».